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Desde el comienzo de la guerra, que ha multiplicado la intervención de los llamados “aliados” en territorio Libio, buena parte de los esfuerzos de los gobierno y del PSOE se han centrado en desvincular el conflicto actual con la guerra de Irak. Hasta el punto en el que algunos han recuperado para el caso expresiones como las de “guerra justa” para legitimar los bombardeos, y han equiparado la gravísima crisis que provocó el inicio del conflicto con los acontecimientos que en las últimas semanas han situado a Túnez o Egipto en el centro de todos los noticieros.

Lo primero que debemos señalar es la falta de coincidencia entre algunos de los aspectos que desencadenaron las crisis políticas que se viven en Egipto, Túnez o Siria, con la realidad que se vive en estos momentos en Libia.


En los países mencionados en primer lugar la crisis tuvo su principal protagonista en las multitudes acosadas por una grave crisis alimentaria que puso en jaque a sus respectivos gobiernos. En términos de ciencia política constituye un lugar común entender la adhesión de una población a sus gobierno respectivos en base a dos principios: el primero, la capacidad de los gobiernos para satisfacer las necesidades materiales de la población, y el segundo, la identidad ideológica entre gobernantes y gobernados sobre unos valores y principios compartidos. El grave deterioro de las condiciones de vida en algunos de estos países, incluida la hambruna, ha supuesto la ruptura de esa identidad entre gobernantes y gobernados, hasta el extremo de empujar a la multitud a responsabilizar a sus gobernantes de sus males y exigir el final de su gobierno. En Libia no ha sido exactamente así. En el antiguo protectorado italiano, el papel protagonista no lo ha desempeñado la población, sino una buena parte del ejercito libio. Frente al peso de las multitudes, en Libia la participación de un agente político estratégico como son los militares ha llevado a la desestabilización, y dada la naturaleza del opositor la crisis ha desembocado en conflicto armado. Es aquí donde encontramos la explicación  a la durísima reacción de Gadafi frente a la revuelta; a los manifestantes se les reprime, se les gasea, se les golpea con las porras policiales, con eso basta, por el contrario a los ejércitos rebeldes se les bombardea. Es por ello, que al día siguiente podíamos ver a los opositores de Gadafi armados hasta los dientes, plantándole cara a un ejército regular; es por ello que Gadafia ha tenido que recurrir al reclutamiento  improvisado de mercenarios extranjeros y armar a los civiles, pese a la superioridad militar que aún mantiene. En definitiva, Libia no es Egipto.

En segundo lugar, resulta evidente que las motivaciones que han provocado la intervención bélica de los países desarrollados en el conflicto no son las mismas que las que prendieron la mecha del conflicto por parte de los opositores al régimen de Gadafi. La prueba evidente de todo esto lo constituye el hecho de que para el alto mando militar que dirige las operaciones el derrocamiento de Gadafi, es decir la apertura de un proceso democrático, no es necesariamente un requisito para la finalización de las operaciones. Dicho lo dicho, si la finalidad del ataque aliado no es la consecución de las demandas de los opositores ¿Cuál será entonces? No sé, no sé ¿Se les ocurre alguna cosa? Dadas la latitudes en las que se desarrollan los acontecimientos y vistos los recursos energéticos que descansan en suelo libio, la respuesta es vergonzosamente obvia: a las potencias desarrolladas les importa un carajo el futuro del pueblo libio, las masacres o el respeto de los derechos humanos en Libia o en cualquier otra parte. No son aliados, son piratas en busca del botín, que bajo la excusa de una retórica vacía y vergonzosa, despliegan todo su poder de destrucción para la consecución de sus propios intereses, sin atender a cualquier otro tipo de consideración.

Por otra parte, si obviaramos el “principio de no ingerencia” y asumiéramos la aplicación de una zona de exclusión aérea, o incluso la creación de una zona desmilitarizada, en ningún caso podríamos justificar la realización de bombardeos en núcleos urbanos y el consiguiente aumento del número de civiles muertos a los que se dice proteger. Puestos a proteger la vida y los derechos humanos ¿por qué no hacemos extensiva esta lógica al conjunto del planeta?¿Por qué no intervenimos en Marruecos para que no se repitan episodios tan repugnantes como los que tuvieron lugar en El Aaiún?¿Por qué no se interviene en Colombia para terminar con el asesinato y la desaparición de decenas de miles de colombianos por parte del gobierno y los paramilitares? Creo que todos sabemos la respuesta.

Es cierto que la ONU respalda la guerra, pero también lo es que del mismo modo que las decisiones de un gobierno pueden ser legales de eso no podemos deducir que forzosamente tengamos que estar de acuerdo con ellas. La ONU podrá dotar de legalidad a la intervención,  pero en ningún caso puede desempeñar el papel de prestidigitador que convierte en legítimo el uso de la violencia militar para garantizar el control de los recursos energéticos. ¿Y qué tendría que haberse hecho entonces? Pues lo único razonable, forzar a un alto el fuego entre las parte, que herramientas hay para ello, e iniciar un proceso de transición política hacia la democracia en el que el único protagonista fueran los propios libios. No olvidemos que durante los últimos cuarenta años han sido precisamente los países desarrollados quienes han sostenido el régimen libio, por lo tanto dependen de ellos la continuidad de su gobierno.

Con la guerra el amigo libio se ha convertido en tirano, y la desidia de los poderoso ante la injusticia, la miseria,, la guerra  o la muerte, se ha torna  en una necesidad de primer orden, pero eso sí, en Libia, no Puerto de Marfil, ni el Congo, ni en Sierra Leona. La sangre en otras latitudes no tiene los mismos rendimientos.

Estamos a punto de superar el pico máximo de la era del petróleo. Ya hemos consumido más del que aún yace en las entrañas de la tierra. Y vamos a muerte a por el que queda. Esto es la guerra, y la de libia no será la última.

Pero en España todavía es peor. Los que criticaban al gobierno de Aznar por mostrar su apoyo político a la guerra de Irak, ahora exaltan la guerra como mecanismo de pacificación y no sólo la apoyan sino que incluso aplauden que las fuerzas armadas españolas toman parte activa en la masacre. Eso es lo que yo llamo el ejercicio del criterio, pero no de uno,  sino de varios según convenga.

Álvaro Vázquez Pinheiro
Candidato a la Alcaldía de Mérida por Izquierda Unida

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